


Del pasado lugareño y más precisamente de lo sucedido en el municipio, hay historias escritas y otras se transmiten en forma oral porque nadie quiere dejar su huella en el informe, aunque respondan a verdades irrefutables. Claro que en los relatos orales puede haber subjetividades que “alteren el producto” sin llegar a contaminar la esencia del hecho narrado.


Muchos habrán escuchado un ruidoso sucedido en el mismísimo despacho del jefe comunal, una vez que discutió con un asesor sobre lo ocurrido con un juicio que perdió la Municipalidad y tuvo que afrontar el pago del litigio mas los honorarios del abogado, aunque la tarea la hubieran realizado desde algún despacho del municipio. Dicen que ese Intendente, rápido en sus reacciones, en un instante transitó el breve trecho que separaba el dicho con el hecho y dejó materializada su bronca en el rostro del atónito asesor. Hubo alguna denuncia pero, finalmente, no sucedió nada porque si existió algún testigo/a, este/a en su testimonio dijo no haber visto nada, aunque seguro que a sus oídos había llegado nítidamente el sonido de la trompada. Vale aclarar, el Intendente se sentía sorprendido en su buena fe y descreía de lo que le habían contado, pero a él no le costó nada, porque como siempre sucede, al final la plata la pusimos entre todos los contribuyentes del municipio.
El demandante, sus abogados, el ex Intendente, su asesor, el/la testigo, transitan diariamente las calles del pueblo y algunos hasta concurren diariamente a alguna dependencia municipal, solo habría que preguntarles si quieren contar lo que pasó, porque sería interesante dejar escrito el testimonio. El único problema es encontrar a quien interrogue y escriba. Como Casildo Herrera, “yo me borro”.
Habría otros cuentos de juicios perdidos, pero hoy quiero referirme al último que hemos debido afrontar y que finalizó hace pocos días, cuando se hizo efectiva la última cuota al ganador de una rifa, que demostró haber comprado la boleta ganadora y nunca recibió los premios.
Como lo informáramos, detalladamente, hace algunos días, el tema se extendió en un juicio iniciado hace más de veinte años y al final se llegó a un acuerdo que si bien benefició al municipio porque se pagó una cifra accesible, con un plan de doce cuotas, no deja de ser algo que afecta a todos por la falta de escrúpulos de unos estafadores, la impericia de otros y la alteración de documentos públicos por parte de quienes fueron elegidos para defendernos en estas circunstancias y miren el resultado final.
Todos o casi todos, reprobamos el hecho y muchos coincidimos que aunque se actuó dentro del marco legal correspondiente, debió haber existido algún atajo para hacer que el pago del premio lo asumieran quienes fueron protagonistas de los hechos y no toda la comunidad. Como muchas veces sucede, los estafadores siguen como si nada hubiera sucedido, los funcionarios municipales guardan un absoluto silencio, quienes alteraron alguna documentación no se dan por aludidos y los veinte y pico de millones que se pagaron fueron sacados de algunas partidas presupuestarias que bien podrían haberse utilizado en cualquier cosa que beneficiara todos o a algún sector de la comunidad. Nosotros debimos pagar una deuda ajena y la plata de los números que se vendieron ¿a dónde fue a parar? ¿La Cooperadora de la escuela habrá recibido algo? De todo el dinero que se originó con la venta de la rifa ¿quedó algo en La Madrid? Son interrogantes que deberíamos conocer porque en última instancia somos los que pagamos los platos rotos y los resultados de la “operación”.
Me queda, por último, reconocer que nos pudo haber ido peor, pero la gestión de quienes tomaron a su cargo la atención del juicio, en la última etapa, negociaron y consiguieron dar por finalizado un tema “del siglo pasado” y evitaron males mayores.

